Agbogbloshie se ha convertido en un nuevo cementerio para millones de ordenadores, televisores, impresoras o teléfonos móviles que llegan a Ghana desde Europa y Estados Unidos.
Móviles, ordenadores, impresoras, televisores… La tecnología moderna puede matar. Según la ONU, cada año generamos cuarenta millones de toneladas de basura electrónica. Y todo acaba en el Tercer Mundo, en gigantescos basureros tóxicos como éste de Agbogbloshie, en Ghana.
Agbogbloshie es un microcosmos dentro de Ghana. El viejo río Densu, que lo atraviesa, destila muerte y desprende olores nauseabundos. Este barrio marginal, al que se puede llegar a pie desde el centro de Accra, la capital, se ha convertido en un nuevo cementerio para los millones de ordenadores, televisores, impresoras y teléfonos móviles que llegan, sin control y seriamente dañados, desde Europa y Estados Unidos, cruzando las porosas fronteras de este país del oeste africano.
«Este lugar es como el fin del mundo. Todo es tóxico y está contaminado: el suelo, la tierra, el aire y el agua.» Mike Anane repite una y otra vez esta consigna. Es un activista local que lleva más de siete años denunciando las consecuencias medioambientales y sanitarias que provoca la acumulación en el barrio de toneladas de basura electrónica (en inglés, e-waste). Según sus propios cálculos, unas tres mil personas trabajan a diario en el vertedero; en su mayoría, niños. «La salud de los niños está en serio peligro porque se exponen cada día a materiales tóxicos como el plomo o el cadmio, que se acumulan en el cuerpo, afectan al sistema nervioso y provocan, con el tiempo, enfermedades respiratorias y cancerígenas.»
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